La selección de la última edición del pixie_letter:
Hace poco (quizás haya sido hace unos meses, la verdad) me detuve en un fragmento de La casa junto al mar de May Sarton que me hizo pensar en que -otra vez- había pasado mucho tiempo desde la última selección de canciones nuevas. Son unos párrafos que arrancan describiendo un clima de época en el que todo acaba en anomia, fanatismo y apatía (la autora y poetiza lo escribió describiendo los inicios de la década del 70 en el planeta) y terminan así:
“El mayor peligro, tal y como veo en mí misma, es el peligro de replegarse en los mundos más íntimos. Debemos mantener nuestros canales abiertos al dolor. Y a la vez, resulta esencial poder vivir verdaderos momentos de felicidad, que el amanecer no deje de conmovernos, puesto que la civilización depende de esa dicha verdadera, que nada tiene que ver con el dinero ni la abundancia: la naturaleza, el arte, el amor humano.”
Hace como tres años que no posteo en twitter. Sigo entrando, leyendo todo y respondiendo si me preguntan algo, pero no tuiteo porque me jode tener que estar atento a las visualizaciones y a emplear estrategias para que al posteo no lo tire para abajo el algoritmo, como poner el link en la primera repuesta y tener que pensar en qué horario es mejor publicarlo. Tampoco quiero engancharme en alguna discusión con alguno al que le haya aparecido el tuit aunque no me siga, solo porque se sabe que lo va a hacer reaccionar mal e interactuar. Podría no importarme pero se ve que sí me importa, me da un poco de bronca (o fiaca) tener que desentrañar el funcionamiento oculto de algo y elaborar estrategias para que haga lo que se supone que tiene que hacer. Pero el párrafo de Sarton me quedó dando vueltas en la cabeza hasta que me acordé que la última vez que cambié la bio del perfil de la cuenta de pixie puse algo así como “Buscamos compulsivamente música nueva que nos guste para comprobar que en algún lugar todavía hay humanos creando belleza”. Es un autorretrato un poco caricaturesco porque no creo que la búsqueda sea compulsiva, y me gusta pensar que encontrar música es un fin en sí mismo y no un intento de mantener la fe en la humanidad, pero se ve que al momento de escribir la frase, más allá del humor, me escindí de mí mismo para contemplar de lejos e intentar comprender el por qué. También se podría ensayar, como razón para hacerlo, que no me divierte escuchar siempre lo mismo, y que cuando pongo canciones que me gustaban mucho en otro momento de la vida, ellas me remontan a esa época y a ese individuo que hoy está en otra situación y, si bien me siguen gustando tanto como antes, la experiencia de escucharlas se me hace demasiado nostálgica. Desde ese punto de vista, la “compulsión” se puede entender como algo positivo: que uno no está estancado emocionalmente en un momento de su propia biografía sino que sigue buscando, o que está en movimiento (“en el camino”, como me gustaba decir cuando recién había descubierto a Kerouac). Pero la pregunta es: ¿qué dice esa descripción el hecho de que no encuentre nada que me entusiasme, como pasó desde el último pixie_letter? Siguiendo el razonamiento, podría concluir que:
1-no hay en este momento, en algún lugar del planeta, humanos creando belleza (o hermosa fealdad, lo que sea que valga la pena, ese algo a lo que hace alusión el fragmento citado de La casa junto al mar). Por más que nunca haya habido tanto contenido generándose al mismo tiempo y a cada segundo en forma de posteos, videos, podcasts e imágenes, entre ellos es muy difícil encontrar alguno que no sea efímero, que nos genere algo se pueda comparar con lo que ocurre cuando uno encuentra una canción que le resulta significativa (realmente significativa) y la escucha una y otra, y otra vez. Sin mencionar la sospecha cada vez más presente ante cada nueva pieza de que la misma fue creada con IA y/o por la propia plataforma con el único objetivo de generarnos algún tipo de emoción que nos mantenga en la misma.
2-que, en este momento, no estoy bien predispuesto a que las cosas me entusiasmen tanto como para sentir que descubrí algo valioso. En ese caso el problema sería yo y no las canciones.
3-que la mediación de las plataformas y los dispositivos de búsqueda hace cada vez más difícil perderse para llegar a los recovecos en los que se esconden esos resultados (si es que sigue habiendo recovecos). O quizás es una retroalimentación de 1 y 3: el hecho de que la creatividad esté orientada a ser vista y hallada, a tener el formato que se le exige para no perderse en el oblivion, hace que pierda esa capacidad de utilizarse para hacer algo que no sea meramente un efecto pasajero que no crea sentido alguno (en ese sentido, todo es mainstream/comercial y nada es indie).
La cuarta opción es una que no se deriva de la definición de la bio de twitter sino que la trasciende, y es la más probable de todas: que haya estado demasiado ocupado y no haya tenido tiempo de sentarme a buscar y escuchar tanto como hubiese querido (aunque, una canción por aquí y otra por allá, finalmente junté diez temas que me fueron gustando y enganchando y ahora no paro de escuchar).
Hace unos días pude ver un documental sobre el cierre de Other Music en 2016, una tienda en NY ubicada en el ex East Village, en diagonal a un gigantesco y muy recordado local de Tower Records. Además de haber sido un local de vinilos/CD’s y cassettes y la sede del debut en vivo de muchas de las bandas indie incónicas de la ciudad en los 2000s, la sección de novedades del sitio web de Other Music y su newsletter era una fuente de consulta para nosotros (y para muchísimos periodistas y melómanos empedernidos) cuando lanzamos pixieradio. Lo que se formó en torno a aquel lugar fue, más que un vínculo entre compradores y vendedores, un ambiente, un paisaje, una comunidad. En el film no hay una queja sobre el devenir de los nuevos modos de consumo musical. De hecho, Other Music fue uno de los primeros sitios en los que se pudo comprar mp3’s en forma legal en internet. Sencillamente, en un momento admiten que la forma de acceder a la música fue cambiando, así como también cambió el barrio en el que estaban ubicados (sigue habiendo tiendas de vinilo especializadas del otro lado del río pero el East Village ya no es zona de tránsito de su público -ya no acuden a ese barrio en busca de música, bares o experiencias culturales, ni mucho menos viven por ahí-) y llegó un momento en el que los números del negocio ya no cerraban. Pero sobre el final del documental sí se hace mucho hincapié, tanto por parte de los dueños como de los habitués de la tienda, en lo que significaba la experiencia física de ingresar al negocio, escuchar lo que estaba sonando en ese momento, charlar con los empleados y con el resto de los clientes, acercarse a ver en vivo a una banda sin conocerla solamente porque tocaba allí, y todas las cosas que podían ocurrir en torno al mero hecho de acercarse a comprar algo. El accidente que no lo es tanto, el halo azaroso de la presencialidad y, fundamentalmente, la experiencia radicalmente distinta entre escuchar por primera vez un tema vibrando en los parlantes de aquella tienda neoyorquina, habiendo ingresado a ese mundillo por la puerta de calle, en oposición a escucharlo en los parlantes de la notebook -o del celular- después de darle play al pasar al videíto de la cuenta de instagram del sello o de la banda mientras seguís scrolleando el TL. A favor o en contra -y sin entrar en el tema del a manipulación de los contenidos y las subjetividades que las navegan- las formas condicionan la experiencia.
Siempre quise tener un bar, casi exclusivamente para poder ir tirando canciones al ambiente y observar las reacciones en las caras de los desconocidos sentados en las mesas (y para tener mi mesa fija en la cual pasar horas y horas sin ningún tipo de pudor, claro). Esto es Pixie, acá no hay presencialidad, pero si después de conocer algún tema de esta playlist alguien más lo escucha en volumen alto en una habitación con sus amigos, con su pareja, caminando solo con auriculares o en el auto con sus hijos, en ese momento en algún lugar del planeta yo voy a sonreír.